domingo, noviembre 20, 2011

¿Para qué sirven un blog y la vida?

Esta semana estuve leyendo el blog de Yoani Sánchez, la diva cubana del ciberespacio. Se llama, el blog, Generación Y. En él retrata la cotidiana bajeza de la vida en la Cuba de los dinosaurios Castro. Ser cubano y vivir en Cuba es como ser colombiano y vivir indocumentado en cualquiera de esos países horrendos, Estados Unidos o España, donde te explotan sin misericordia y te persiguen porque te dejás explotar: les lavás los inodoros, pero quieren expulsarte y que a la vez te sintás muy agradecido por permitirte acariciar su sueño de vida. Según lo que cuentan Yoani, las películas y quienes de allí han podido escapar, los cubanos viven en un régimen de apartheid en extremo miserable que los obliga a ser excluidos de su propio país. Todo lo bueno de la isla es para los turistas. Y para los miembros del régimen, por supuesto. Si deseás salir, aparte de las ya de por sí odiosas visas necesitás un permiso gubernamental. Y si estás afuera y después de un tiempo querés regresar, necesitás otro permiso. ¡Es tu país y necesitás permiso para pisar su territorio! La Revolución te saca o te aprisiona, pero no te reconoce la libertad.
La revista literaria que sigo es El Malpensante. Hoy me llegó la edición de noviembre. Como cada vez que me llega una publicación en la cual hay algo mío, la abrí con ansiedad y me dispuse a buscar, primero, aquello. No tuve que buscar mucho. Ya en la portada interior, uno de los mejores espacios para ubicar publicidad en cualquier publicación, encontré lo mío. No es un artículo, sino un aviso. El del evento cultural en que trabajo, el Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia. El tema de este año es el cine y la Revolución Mexicana —otra de esas revoluciones en las cuales el pueblo acabó tan traicionado, Dios santo—, y la imagen oficial me gusta mucho. Representa a un grupo de mexicanotes de sombrero grande y cananas cruzadas en equis alrededor del tronco, sentados detrás de un videobeam en pleno parque principal del pueblo. El aparato dispara un chorro de luz hacia el lector. Los personajes ven una película y la película somos nosotros. El sábado está frío y mi espíritu vira hacia la oscuridad, pero este aviso tan bien ubicado en esta revista me produjo alegría. La alegría se disipó pronto. Propensos como somos a llevar la contraria, hace mucho frío en nuestra versión del calentamiento global, y con el frío y la inacción llega la pesadumbre. 
Anoche estuve chateando largamente con una antiquísima compañera de trabajo. Ahora vive en un pueblo de Wisconsin y espera con ansia regresar a Bogotá, la ciudad donde mejor se siente, pero no puede hacerlo antes de febrero porque tendría que pagar un sobrecosto de doscientos dólares en el tiquete aéreo. Yo no quisiera volver a vivir en Bogotá. Cierto que es una ciudad con algún grado de cosmopolitismo, pero basta un mal gobierno o un leve aguacero para que todo en ella degenere en caos. Además me disgustan muchos de sus usos sociales, bastante mezquinos, y sus taxistas son los seres más viles con los que uno puede cruzarse. Volviendo a mi amiga, no voy a contar ahora, sino más adelante en una novela, las peripecias que vive en el Medio Oeste. En un punto de la conversación se refirió a nuestro antiquísimo jefe, un destacado poeta que siempre estuvo al servicio del gobierno de turno. Yo nunca entendí que un poeta estuviera al servicio de un gobierno. Sin embargo, le reiteré a mi amiga el buen concepto que en general tuve de este poeta, porque a pesar de su servilismo con los políticos era un buen jefe. Era amable y considerado, y tenía un exquisito sentido del humor. A mí me llamaba “el latin lover de la Comuna Nororiental”, lo cual en esos tiempos tenía sentido: yo era un jovencito que provenía del barrio Aranjuez, donde comenzaba la Comuna, en la época en que la Nororiental existía como unidad administrativa de Medellín y fascinaba con su situación de violencia a los sociólogos y demás farsantes de las ciencias humanas. Ahora el jefe, me contó mi amiga, está muy viejo y enfermo. “Como ido”, describió. “¿Cómo así que como ido?”, le pregunté. “Como ido”, reiteró. “¿Qué quiere decir como ido?”, insistí. “Pues ido, chino marica”, concluyó en uno de esos tonos de no pregunte más que en realidad no sé. Bueno, espero que esta condición, la de estar “como ido”, no sea demasiado grave. Y si lo es, qué le haremos. Yo nada tengo que ver ya con aquel poeta.
Los estudiantes debían levantar ayer el paro que han sostenido durante un par de meses. Así lo instruyó la organización central del paro, luego de lograr el cometido de que el Gobierno retirara el proyecto de ley que reformaba, para peor de lo que está, la educación superior en Colombia. Sin embargo, en mi universidad, la de Antioquia, no se levantó el paro. En el mejor de los casos, ocurrirá el próximo miércoles, cuando se reanude la asamblea general. Me gustan los estudiantes, me gustan mucho porque son la única instancia a la vez limpia y pensante de nuestra sociedad, pero me disgusta la temible asamblea de la de Antioquia. Me disgusta, sobre todo, por eso: por temible. Porque es insensata y arrogante y detiene la vida de la universidad más veces de lo que es necesario, simplemente porque al grupo más vehemente le viene en gana. La mayoría de los estudiantes no quiere prolongar el paro, pero la asamblea opera con un mecanismo diabólico, que proviene de los tiempos en que los más vehementes eran jóvenes y manejaban el movimiento estudiantil de los setenta: a punta de “mociones” se dilata cualquier propuesta contraria a los deseos de la vehemencia, hasta que los contrarios se rinden por agotamiento y abandonan el recinto, y entonces se vota la propuesta de la minoría reacia a estar en clase. Muchos dicen que la asamblea está infiltrada, aunque no aclaran por quién. Supongo que se sobreentiende, aunque yo no sobreentiendo nada: en la universidad operan todas las fuerzas, las más malvadas, y todas la tienen penetrada en todos los estamentos. Lo único que tengo por cierto es que si la universidad permanece parada, la sociedad se enferma de incapacidad de pensar.
Hace un frío infernal y yo muero de ganas de ir a cine, pero no hay nada, no hay un solo título que no haya visto y valga la pena. Mire usted las opciones: Cartas a Dios, dramón con muchachito muriendo de cáncer; Terror en lo profundo, tiburón resucitado para el 3D; cuatro de terror, lo que significa morbosa desmembración de tontos y tardías imitaciones de la Bruja de Blair; Los tres mosqueteros, en versión estúpida de Paul W. S. Anderson… La cartelera está podrida en Medellín. De veinte títulos, ya vi los cinco interesantes. La última muy buena película que vi en cine  —no quiero empantanarme en los bajíos de Cuevana— fue Contagio de Steven Soderbergh. Película llena de virtudes, empezando porque es la primera del género ‘pandemia amenaza con acabar el mundo’ que trata el tema con la suficiente seriedad para que uno crea el drama y quiera a los héroes. Hay un personaje allí diseñado para el lucimiento de un galán. El del periodista bloguero que manipula a su audiencia y se enriquece a costa del temor de la masa al contagio. Lo más interesante es que el lucimiento del galán se da haciéndolo actuar de malo y feo. ¡Soderbergh logra hacer que Jude Law se vea feo! Pero este no es el punto. El punto es que, muy bien metida en el guion, hay una definición que le escupe el detective al periodista: “Un blog es grafiti con puntuación”.
Vengo pensando en esto desde entonces.
¿Cómo encajan todos los asuntos que he tratado hoy aquí? La diva cubana, mi aviso en la revista, la amiga varada en Wisconsin y el poeta enfermo, la asamblea tozuda, la cartelera podrida. Todos ellos son pequeños episodios de la vida, más cercanos o más lejanos a mí, pero todos entran en el rango de lo que me afecta. ¿Para qué sirve hacer un blog, si a la vida nada le importa lo que yo piense de ella? ¿Se hace un blog para registrar la vida? ¿La de quién? ¿Se vive para, entre otras cosas, llevar un blog? Creo que tengo un poco de crisis ciberexistencial. Hace mucho frío.  

2 comentarios:

  1. Pues quizás sirvan para esto: para sentirnos observadores de la vida, los delirios, de otro. Una hermosa forma de voyerismo. Y es que me gustan mucho los blogs así, las entradas así: simples, cotidianas, que divagan incluso. Como la vida misma. Me gusta la idea del blog tipo diario o cuaderno de notas, no esos que parecen una revista elaboradísima o una selección de artículos de prensa. Por eso esta entrada me gustó particularmente. Las fieras heridas también reposan. La vida también es aquello que pasa cuando nada pasa.
    Camilo.

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  2. Un blog, como el tuyo, sirve para sentarse a leer algo que disfrutas al leerlo y a la vez te deja pensando. Y esa pequeña crítica que haces de Contagio demuestra que se pueden decir muchas cosas acerca de una película en pocas palabras, porque he leído varias, extensas e imponentes, y la tuya es la que más me ha llegado.
    Como siempre, me encanta tu escritura sin tapujo alguno, no sé por qué pero a veces me recordás a Andrés Caicedo (que ahora descansa en una sala de cine sentado a la derecha de Nuestro Señor Fellini).
    Gracias.

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