viernes, febrero 04, 2022

PEQUEÑECES URBANAS 11. Una palabra y su árbol

Mientras a lo largo de las últimas semanas doy vueltas por la ciudad, una vieja palabra da el primer paso para encontrarse con el árbol al que nomina. Ocurre como con tantas cosas bellas: la vista se pone alegre, pero la imagen pasa por la conciencia adornándola y sin alterarla. Esta mañana, en la Universidad, ha sido distinto. Ingresé por la portería del Río y todo en mí quedó impactado por el borde de intenso rojo, quizá naranja u óxido, con que los árboles delineaban la vía circunvalar. Lo asumí como una muestra de buena voluntad del conjunto de cosas que hacen la institución, pues esta entrada mía a su sede principal era una especie de regreso después de varios años en otro estado de cosas. Al final de la tarde, tras una densa jornada de clases, reuniones, encuentros y hasta abrazos, ocurrió de nuevo en la portería opuesta. Desde la estación del metro fue inevitable notar, en el espeso cordón de follajes que bordea el campus, esa copa alta, incendiada y puesta en primer plano por el último sol del día. Muchos árboles como ese estuvieron en mis ojos a lo largo de la ruta. Medellín está así por todas partes: rojo y verde. Más rojo que todo lo demás, quizá naranja. Registrarlo en la conciencia hizo que algo en mí se pusiera muy contento, así que lo compartí con la gente que me sigue: “Esos árboles que otoñean las calles, ¿cómo se llamarán?”, pregunté, a sabiendas de que es un signo de pobreza conceptual pensar que solo el otoño viene enredado en las hojas rojizas en una ciudad que no tiene estaciones marcadas y donde, si las tuviera, se impondría la primavera. Esto, sin contar con el hecho de que muchos son los colores que de temporada en temporada acuden a nuestros árboles. Con la intención de mimetizar en giros poéticos mi falta de criterio, agregué otra pregunta: “¿Anidarán murciélagos rojos en sus ramas?”. Estas preguntas fueron el paso definitivo para el encuentro de la palabra y su árbol. Pasados apenas unos minutos desde que publiqué mi estado, Paca Osorio, una escritora que me debía una declaración de amor, me contó: “Se llaman cámbulos”. Y caí en cuenta de que esa hermosa palabra me ha rondado la vida entera sin que yo supiera nunca, ni me preguntara, cuál era el árbol al que iba unida. Averigüé en internet: los cámbulos son árboles nativos de la América tropical que suelen florecer –hacer intensa erupción de rojo, pasión, naranja– durante el primer semestre del año, en la temporada seca. Responden a la escasez de agua exhibiendo su capacidad de llenar el entorno de belleza. Más tarde, una amiga le dijo a Paca que los de intensa floración en esta época son los búcaros. Ante la duda, consulté a mi hermano, que sabe de estos asuntos porque trabaja con árboles y animales y los distingue bien de la poesía. Él me explicó que los búcaros son de flor rojiza, pero en vez de tirar a naranja tiran a rosa. También están por todo lado. Alguna respuesta a mis aflicciones hay ahí.




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A Florentino, en el primer día de su perenne ausencia     Los gatos navegan el tiempo como las madres antiguas                ...