miércoles, mayo 04, 2011

Dos espíritus libres de la Universidad


Acaba de aparecer el libro dedicado a los egresados de la Universidad de Antioquia, mi alma máter. La institución a la que amo más. Es una amplia colección de perfiles, por la que desfila todo tipo de profesionales. Tuve a mi cargo la escritura de dos de ellos, y aquí los comparto con ustedes. 


___________

ALBA CORREA ULLOA
Enfermera. Egresada en 1970

La impresión que uno se lleva de Alba Correa cuando la conoce, es que se trata de una mujer muy viva. Viva, tanto en el sentido paisa como en el humano. El sentido paisa de la expresión tiene dos acepciones. Alba cuadra en la segunda de ellas: una mujer que ha sabido dar sus peleas con astucia, fuerza y encanto, y tanto en sus derrotas como en sus triunfos es consciente de que la vida se vive de para adelante, corrigiendo los errores y no estancándose en la memoria de los desastres o de las victorias. En el sentido humano, todo aquello se traduce en una gran vitalidad. Estamos ante una mujer que se mueve rápido, habla con fuerza, piensa con decisión, actúa con nobleza y decide por sí misma.
Así fue siempre, desde el hogar de padres muy católicos pero liberales de pensamiento, tercera de catorce hermanos, en tiempos en que apenas empezaba a pensarse en derechos de las mujeres. Y no es que estemos ante una feminista. Nunca militó en este tipo de movimientos, pero en cambio ejerció su papel de mujer en igualdad de condiciones con los hombres. Temprano se rebeló contra los dogmas impuestos: “No creo en Dios; creo en la solidaridad”. Estudió la carrera que quiso, a pesar de que la enfermería no parecía muy práctica en comparación con el derecho o la medicina: la segunda se la recomendó un consejero vocacional, la tercera su papá y la primera su deseo de servir directamente a los seres humanos.
Sus problemas con la imposición de dogmas comenzaron en el colegio, donde estudió con monjas de La Presentación. En la Universidad volvió a encontrarse con ellas, pues hasta mediados de los setenta la Facultad de Enfermería (entonces escuela) estuvo regida por dicha comunidad. Tanta religión, en la casa, en el estudio, dio paso a una militancia de izquierda más cercana a lo concreto. Al ser humano y sus necesidades. A sus luchas. Participó primero en el movimiento estudiantil que intentaba promover el que en su facultad se cumplieran los reglamentos de la Universidad y no los de un grupo religioso. Fue representante de los estudiantes, luego de los profesores. Y tampoco en la izquierda aceptó los dogmas (llamaba “machistas-leninistas” a sus compañeros de lucha). Por todo eso enamoró al que desde 1973 es su esposo, el doctor Alberto Botero Londoño. Después de graduarse en la Universidad de Antioquia, se trasladó a Manizales. Allí inició su carrera en la parte académica de la enfermería. A Alberto lo atrajo primero su biblioteca, cuando visitó la casa en que ella se hospedaba y pidió permiso para entrar a la habitación de esa enfermera antioqueña que estudiaba libros de Marx y Engels. Quiso conocerla. Y tras una temporada larga de requiebros, logró convencerla de que fueran novios, de que se casaran luego (por lo católico). Vivieron en varias ciudades, tuvieron tres hijos y llegaron a Medellín. Alba nunca acabó de convencerse de que deseaba ser una señora dedicada a su casa, y no lo fue del todo. Alberto no se lo exigió tampoco: “No viviría con él si fuera machista”.
Logró vincularse a la Universidad como profesora de tiempo completo y aquí hizo su carrera docente hasta jubilarse, aunque todavía imparte cursos de investigación en el programa regionalizado de Enfermería. Entre el 92 y el 95 fue decana. En el campo político, llegó a ser candidata a la Cámara y en alguna ocasión –cómo no– estuvo amenazada. Y se vinculó a la ANEC, asociación que defiende los intereses de las enfermeras de Colombia… Siempre, siempre, en pie, más que de lucha, de trabajo. Nunca está quieta, Alba. Sin embargo, cuando se le pregunta qué le gusta, aspira su constante cigarrillo, mira con una chispa de simpatía en los ojos y sentencia: “Me encanta cuando se va todo el mundo y me dejan sola el día entero”.
Foto de Alba: Archivo familiar

 _________________________
MANUEL JOSÉ BERMÚDEZ ANDRADE
Comunicador Social Periodista. Egresado en 2000

Cada vez que a Manuel, por sus actitudes con frecuencia extravagantes, le decían “vos estás loco”, él replicaba: “Loco, no: loca” y seguía en lo suyo, aunque no tan campante. Porque no era una respuesta casual. Desde cuando salió al mundo, a una edad en que muchos seres humanos ni siquiera intuyen que exista algo como el sexo, lo hizo con la determinación irrevocable de no dejarse apabullar y de comunicárselo a todos; por eso escogió una profesión que le permitiera hacer lo que él llama pedagogía de vida. Era el menor de quince machos levantados en el barrio Santander, noroccidente duro de Medellín, y cuando en algún momento antes de los ocho años descubrió que los hombres le gustaban mucho, no pasaron por su espíritu sentimientos de culpa ni de vergüenza. Desde el comienzo ejerció la sexualidad y el amor con un desparpajo que en otras eras del mundo lo habría llevado a la hoguera.
Lo más parecido que hubo en su existencia a una salida del clóset se produjo cuando a los diez años, porque había que convivir y para que exista la convivencia se requieren ciertas claridades, le contó a Ofelia, la madre, que era marica –le disgusta el eufemismo gay–. Ella no se inmutó, ni para bien ni para mal; dijo: “Cuídese” y eso fue todo. Antes bien, de alguna manera la condición del benjamín le compensaba el no haber tenido al menos una niña: Manuel era el único, en esa fábrica tumultuosa de testosterona que era la casa, con quien ella podía hablar de sus cosas. Él la recuerda: “Me quería a los maridos como les quería a mis hermanos las mujeres”. Sus maridos fueron muchos y ahora son dos, los definitivos amores de su vida: Alejandro, que llegó en 1999 y con quien se casó en 2000; y Esnéyder, que llegó cinco años más tarde. Pues hasta en el reino de la transgresión nuestro personaje es un transgresor, y en vez de tener una pareja tiene lo que ellos denominan con el neologismo trieja. Un amor de tres, en todos los sentidos: “Vivimos el amor, no lo pensamos”.
Conoció a su padre biológico en 1991. Sintió el deseo, esculcó directorios y lo encontró en Bogotá. Lo llamó, viajó a conocerlo y tuvo una buena relación con su otra familia hasta cuando, como suele hacer, confrontó al nuevo papá con la realidad de sus amores y, por supuesto, ocurrió el rechazo. ¿Por qué tenía que decirle que era gay a un papá cristiano? Por la misma razón por la que tiene que decírselo a todas las personas con las que se cruza. A veces le reprochábamos el exhibicionismo, sin entender que no era exhibicionismo sino lucha su causa. Vivimos en una época y una ciudad en que cualquier homosexual puede ejercer su vida como le venga en gana. Más o menos. Es cierto que la ciudad, el país y buena parte del mundo han aprendido a ver como normales las relaciones hombre-hombre y mujer-mujer –y su amplia gama de variables–, y que incluso Colombia está a la vanguardia en lo que a derechos legalmente aceptados se refiere, pero también lo es que nuestra cultura sigue cargando con pesados señalamientos y que los avances se deben a luchadores denodados como Manuel.
Por eso se lanzó sin ambición de curul al Concejo de Medellín en 1997 y al Senado de la República años después, y desde entonces lidera en solitario el movimiento Ciudadano Gay. Porque por locas bullosas –el término es suyo– como él es posible que tantos vivan en paz con su sexualidad y su manera de amar, y lo será el que alguna vez su comunidad conquiste el más grande de los derechos: la indiferencia. Que cada quien viva como quiera sin que a nadie le importe. Ni para bien ni para mal, como a Ofelia.
Foto de Manuel: CAV

Eternidad de los gatos

A Florentino, en el primer día de su perenne ausencia     Los gatos navegan el tiempo como las madres antiguas                ...