Se han necesitado todos sus años de formación (sin contar los miles de millones que precedieron su existencia) y muchos otros tumbos del aire y los elementos para que en este golpe de vista esa cosita roja se clave en el mero centro de sus ojos y conmueva algo que lleva usted por allá en lo más íntimo de su percepción. Fíjese no más el observador; aquí le va la fotografía del momento posterior a ese primer golpe de vista. La manchita roja que de inmediato puede percibirse en medio de todo ese verde, esa manchita es un pájaro que ha venido volando desde el inicio más lejano de la eternidad con el fin de acudir a este encuentro de solo unos segundos con usted y su ánimo. Algo en sus células se hincha de una alegría que no tiene mayor fundamento: no es que se vayan a cumplir al fin sus sueños, no es que los sátrapas vayan en este instante a anunciar su retiro o que el amado esquivo haya decidido justo en este momento que es usted la respuesta a sus deseos. Nada de eso. Sus muertos recientes no dejarán de estar muertos, no, ni descenderá la amenaza humana sobre el planeta. En este pequeño segmento de tiempo usted se da cuenta de que sí existe ese algo que los ingenuos pretenden felicidad y que ésta, como los grandes sucesos de la vida, es fugaz. Más aun: nadie la desea constante.
Finaliza la pausa activa. Usted se convierte en uno y regresa al mínimo rincón desde el cual le está permitido lanzar un grito enorme al universo mundo. En la cámara fotográfica trae comprimidos los instantes que formaron este momento. La conecta el equipo y repasa. La alegría que llamó felicidad se disuelve ya y toma la forma de los átomos que un día se juntarán en otros seres. Observa las imágenes. Extrae la primera de ellas. Los momentos son ahora números, matemáticas, esa otra manera de la eternidad. El cuadrito que registra la manchita, el árbol ceniciento, la arboleda verde, el cielo gris, existe en el mundo de los bits en la forma de un número. La eternidad y el infinito se presentan de múltiples maneras, uno y su yo una de ellas, todas tan fugaces.
Cada vez me declaro más admirador de su prosa.
ResponderEliminarSaludos