viernes, octubre 22, 2021

PEQUEÑECES URBANAS 7. También los feos viven hermosas historias de amor

Me gusta descubrir que cuando se es viejo, feo o excluido de cualquier manera la vida no es un asunto que nos excluya. No, ella no. Una parte de la humanidad sí, pero la vida no. En la vida estamos todos.

Durante unos cuantos años, dos vidas atrás, tuve mucho que ver con este espacio. Torres de Bomboná, también conocidas como Torres Marco Fidel Suárez o Torres del ICT. Fueron construidas en los setenta por el que se llamaba Instituto de Crédito Territorial y una década después se habían convertido en uno de los vivideros más cachés del centro. Hoy están aquejadas por los males que convirtieron esa zona en la muestra más representativa del infierno que se campea por Medellín: el ruido, la contaminación, la inseguridad, el miedo, el fastidio. Las Torres mantienen, sin embargo, un poco de su antiguo encanto. 
Estoy sentado al atardecer en uno de los muritos del patio central y no dejo que los males me espanten. Observo. En el cielo, el primer lucero de la tarde me recuerda la antigua promesa de que las estrellas son para cierta persona (perdón, amantes todos, a ustedes les tocará regalar otras cosas a sus amados: pétalos de margarita, piedritas del camino, en fin, pues las estrellas ya tienen un destino asignado por mí). Abajo, a pesar del ruido de las discotecas y los vendedores de megáfono, la gente cruza de un lado para otro y no parece alterada. Fijo mi atención en la banca ubicada frente a mí, a la derecha, y celebro la imagen. Dos enamorados, hombre y mujer (podrían ser cualesquier otras formas del enamoramiento humano), llevan un rato mimándose, besándose, riéndose. Me hago la ilusión de que por estar tan concentrados el uno en el otro no han detectado mis ojos, que los escrutan, y mi espíritu que los celebra. No son jóvenes, no son bellos como la convención manda. Ninguno se baja de los cincuenta años ni de los muchos kilos, ninguno viste marcas de almacén caro, y los dos se ven tan felices que por este rato me hacen feliz a mí. Espero que les dure el mutuo embelesamiento.
Subrepticiamente, tomo la fotografía y ni ellos ni algún espectador que no lea estas palabras podrían darse cuenta de que son ese hombre y esa mujer los protagonistas de la imagen. Solo yo lo descubro. Solo el lucero que anuncia las dádivas a mi amado. Solo nosotros sabemos que el amor esta tarde es cosa de todos y que bien vale la pena entregarse a él en cualquier lugar de la ciudad, en cualquier región de la estética y en cualquier instante de la existencia. Miro la fealdad que domina el entorno y solo en esa banca de la derecha detecto la suficiente belleza para que valga la pena celebrar esta tarde. Me voy. Espero que ellos no. 



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