martes, enero 22, 2019

La hora del té



Ella es Amanda, la amiga con la que me iba a tomar un tinto esta mañana en la Universidad de Antioquia. Sin embargo, descubrí que la canción, aunque tiene rima y es divertida, miente: las iguanas no toman café. Ni a la hora del té ni a ninguna otra. Tal vez habría preferido compartir una zanahoria o unas hojas de lechuga. No sonrió ni me hizo mohín alguno; siguió su camino y se internó en la espesura, con ese desinterés en uno que tienen las iguanas. Poco después caminó hacia el bloque 16, donde están la rectoría y otras oficinas administrativas. Confieso que pensé en hacer algún comentario gracioso sobre la atracción de los lagartos por las burocracias, pero ni la gracia ni la realidad me alcanzaron este día para hacer chistecitos que más bien insultarían a la nena o a los funcionarios.
Me quedé viéndola lo más lejos que pude. No tan poco como para causarle molestia, no tanto como para perderme el encanto del encuentro y la oportunidad de las fotos. 
Alguien me contó que hay una familia entera de ellas que tiene su casa en uno de los bordes de Ciudad Universitaria, por los lados del sendero que lleva al estacionamiento del Parque Norte. En días de sol se atreven a adentrarse en la Universidad, cuya comunidad, al parecer, las respeta. Hace tiempo leí, además, que existe en un barrio del noroccidente de Medellín un parque dedicado a ellas, donde los vecinos las cuidan. Nunca fui por allí y hago fuerza por que la situación no haya cambiado, por que aún existan dicho parque y dichos vecinos cuidadores de una especie que nos habita aunque uno se la imagina más cómoda en las sabanas de la costa. Hace más años, cuando daba clases en la seccional de la Universidad en el Bajo Cauca, alguien me contó que se tiene la creencia de que cuando uno se encuentra con una de ellas es señal de que luego va a encontrar dinero. Tal vez. No sé: rico no soy. En fin. En fin. En aquella canción decían, además, que fuera de tomar café a la hora del té la iguana llevaba puesta una ruana de lana y se peinaba la melena junto al río Magdalena. Cosas de la imaginación, a veces tan pendejas y encantadoras. Lo real es la alegría de esta mañana de enero. 
Otra confesión es que el nombre de Amanda es arbitrario, que no pude preguntarle si más bien prefería llamarse Armando. Uno da por sentado que todas las iguanas son chicas que quieren llamarse como chicas, como da por sentado que todos los burros son chicos que quieren llamarse ídem o que todos los políticos son excreciones del demonio. A la larga no importa. De alguna manera habrán de llamarse unos a otros los individuos que habitan el mundo de las iguanas y es poco probable que hagan caso de nuestros nombres. A fin de cuentas, ella o él no estaba allí por mí. Hubo otros acontecimientos en el día, se habló de disturbios en preparación para la tarde y de helicópteros sobrevolando la ciudad, pero yo preferí quedarme con la imagen de una iguana cruzándose en mi camino sin que el encuentro significara daño para ninguno de los dos.
Me gusta cuando una presencia es bonita y nada más, y me llené de una alegría que sigue vigente.



1 comentario:

Eternidad de los gatos

A Florentino, en el primer día de su perenne ausencia     Los gatos navegan el tiempo como las madres antiguas                ...