jueves, junio 02, 2011

¡Bacano, mostro!: Un comentario sobre En coma, de Juan David Restrepo y Henry Rivero

Ese jueves, como correspondía, Juan David estaba exaltado. Era el 5 de mayo de dos años y medio después del rodaje y su película se estrenaba donde había prometido: en la cancha principal del barrio Antioquia. Él no llegó a tiempo para la función de prensa de la mañana, pero sí para la que le importaba, la función dedicada a “su” gente. Y cuando fue evidente que a pesar del enorme andamiaje de carpas y equipos de sonido las condiciones de proyección no iban a ser las adecuadas, le recomendó a la multitud: “Vayan mañana a verla en salas comerciales; es justo que comamos algo de cuenta de esta película”. Lo fundamental en ese momento no era verla bien, sino saberla estrenada en el sector que se volcó a sus pies en diciembre de 2008 para la filmación; vivir la fiesta del estreno con la gente que en masa prestó las calles, las casas, la imagen. Concierto de vallenato, de hip hop —o como quiera que se llame ese ruido que voces rudas hacen en imitación de música y pretensión de poesía—, gran despliegue de producción, muchos vivas. Vivas a Juan David, a la película, a los músicos, a quien fuera: la gente estaba con ellos. Una señora aceptó que sí, que era justo que los realizadores comieran un poco de cuenta de su trabajo, y entre la muchedumbre de por lo menos mil personas rebotaron comentarios en contra de la piratería.
Esa noche, Juan David Restrepo habría podido ser lo que deseara. La multitud lo habría proclamado salvador de la patria, concejal, alcalde, cualquier cosa. Tan emocionado estaba todo el mundo. Y no es que regresara uno de los hijos dilectos del barrio, pues Juan David no vivió nunca una larga temporada allí. En realidad pasó la juventud itinerando por diversos puntos de Medellín, una ciudad de la que dice que “sabe a ganas de salir adelante y huele a tristeza” (El Espectador, mayo 5, 2011). No sé si en realidad llegó a vivir durante algún tiempo en el barrio Antioquia, uno de los sectores duros de la ciudad, antigua zona de prostitutas, más recientemente de guerras de pandillas y en el presente sede de uno de los mercados más activos de esta capital: el de sustancias que alborotan el espíritu. Hace mucho que no se presentan grandes batallas en sus calles. Lo sé yo, que vivo a todo el frente de su parte más dura, cruzando la quebrada La Guayabala, al otro lado del Patio del Tango, en la frontera del barrio Santa Fe (aunque algunos de mis contradictores, en la época en que se creía que ello importaba, se burlaban diciendo que vivía en el Barrio —escrito así, con mayúscula, decir el Barrio es decir Barrio Antioquia—).  
Muchas batallas que solo parecerían posibles en cine me tocó presenciar desde mi ventana del quinto piso de un edificio construido en ladrillo a mediados de los ochenta y en un terreno que un arzobispo mafioso de Medellín les vendió a unos urbanizadores. En la época más difícil estallaban balas y bombas contra pechos, cerebros y memorias, y yo veía el resplandor de los estallidos, escuchaba el zumbido de los proyectiles volando por esas calles y a veces perdiéndose contra los muros de mi edificio, oía los gritos desesperados de los familiares. Incluso llegó a suceder que una bala perdida entrara por la ventana de la pieza de mi prima Lulú, en el cuarto piso, y pasara zumbando a pocos milímetros de su cabeza para ir a destrozar el portarretratos de su novio y con él su corazón. Después apareció un cura que logró promover un pacto de paz entre las bandas, y también sucedió que la ciudad se calmó un poco; ya hace bastante que no me tocan esas balaceras, las que ahora muestra En coma.
La relación de Juan David con el Barrio se inició doce años atrás, cuando acompañó al equipo de realización de La Virgen de los Sicarios, comandado por Barbet Schroeder, a grabar un par de secuencias tres cuadras abajo de la cancha, precisamente en el Patio del Tango y al frente de mi edificio. En esa ocasión no apareció en cámara, pues las escenas de su personaje, Wílmar, se desarrollaban en lugares distintos de Medellín. La estrella era Ánderson Ballesteros, el otro muchacho que en la película de Schroeder —y de Fernando Vallejo— sedujo a medio planeta. Poco después hice un perfil de Ánderson y en uno de los encuentros del dilatado trabajo de reportería éste llegó a mi casa con Juan David. Pero ya el espacio asignado en la revista no me alcanzaba para entrevistar a Juan David, por lo que nos prometimos hablar más tarde… Cosa que aún no hacemos.   
Después de La Virgen de los Sicarios, Juan David y Ánderson quedaron con la ilusión del cine. Muchas cosas pasaron en sus vidas, y lo cierto es que de los dos fue Juan David el que más se acercó a la ilusión. Ha filmado, a veces en papeles de cierta importancia, varios largometrajes y series de televisión en Colombia y Venezuela. Pero quiso algo más: escribir y dirigir sus propias películas. E hizo todavía más: pasó del deseo a la acción, y lo hizo con método. Escribió un guion, consiguió una coguionista que le ayudara a salvar sus deficiencias, obtuvo una beca del Fondo de Desarrollo Cinematográfico, consiguió un codirector que le ayudara a compensar su falta de experiencia, convocó actores profesionales, convocó actores naturales, consiguió productores, filmó En coma

Me habían prevenido contra la película, así que cualquier cosa buena que viera en ella sería ganancia. En Cartagena, donde en marzo inició su recorrido de festivales, la presentaron en una sala periférica y los pocos que la vieron dieron testimonios poco alentadores. Mi amiga C estaba disgustada porque su nombre no apareció en los créditos de la producción, en la cual trabajó sin contraprestación económica. Aun así, reconoció que si bien la historia no la conmovía, la producción no era deficiente y hasta había una persecución bien hecha.
Que no fuera un desastre, era mi aspiración máxima frente a En coma. Tengo el vicio patriótico de sentir mías las películas colombianas (menos las de Dago García, por supuesto), por lo que padezco sus defectos y celebro sus virtudes como si fueran producto de mi propio esfuerzo. Esta película me importaba por Juan David; por Ánderson, que tiene un personaje más o menos relevante; por C, que durante el rodaje vistió actores y cargó cables, por Medellín, por… Bueno, después de un comienzo de año en que nuestro cine osciló dramáticamente desde el abismo de El paseo hasta la cima de Los colores de la montaña, deseaba que la ópera prima de Juan David Restrepo me sorprendiera un poco.
Y un poco me sorprendió.
El guion está escrito como si Juan David nunca más fuera a hacer una película: quiere contarlo todo en apenas hora y media de metraje, y acaba mezclando mal lo que por separado tal vez habrían sido dos historias interesantes. Un drama romántico, que el press book compara ingenuamente con Romeo y Julieta, y una trama de matones asociados al narcotráfico. Además de Shakespeare (en paz descanse y no se dé cuenta de con qué lo comparan), hay aquí imperfectas resonancias de la Ciudad de Dios de Meirelles, de los Buenos muchachos de Scorsese y hasta de algún Almodóvar (ese corazón coronado de espinas que late en la secuencia de créditos). El problema es ese: la imperfección de las referencias, enfrentada a la ausencia de un sello propio.
En coma no es una obra de madurez, aunque tampoco uno de esos pastiches realizados por sujetos a los que les faltan experiencia y talento o a los que les sobran recursos pero les falta tino. El buen nivel de la realización impide que sea la película colombiana más pobre del año, y aquí el acierto de Juan David al buscarse una coguionista, un codirector y unos productores poderosos. Si algo demostró, es que sabe usar su raro poder de convocatoria. Los recursos le alcanzaron para rodearse de un equipo a la altura del reto cinematográfico, tanto en lo técnico como en lo actoral. Habría que abonarle, por ejemplo, el hecho de que En coma logra lo que ninguna otra producción colombiana, al mezclar, sin que se noten baches interpretativos, actores profesionales y naturales. Hasta el galán televisivo Juan Pablo Raba consigue pasar por muchacho de barrio bajo medellinense sin parecer postizo al lado de los muchachos del Barrio a los que se encomienda alguna acción frente a la cámara, y como ellos se la pasa llamando “mostro” a todo el que se le cruza por el camino a su personaje. “Mostro”, supongo, es una deformación de monstruo, que en un sentido fraterno los jóvenes de las barriadas paisas acogen en la sexta acepción de su entrada en el diccionario de la RAE: “Persona de extraordinarias cualidades para desempeñar una actividad determinada”. En el parlache, la jerga popular que nació al abrigo de la cultura narco en los años ochenta, “mostro” ha venido a sustituir a la bella expresión parcero y su apócope parce.    
El casting es, pues, uno de los aciertos de En coma, y ello a pesar de que la trama desperdicia por completo a la supermodelo Natalia París, que aquí hacía su primera incursión en la actuación, y pone a Álvaro Rodríguez —el actor más presente en nuestro cine durante la última década— a hacer, otra vez, de policía morboso. Aparte de estas falencias, actores profesionales como Julián y Edgardo Román, y el propio Juan David, se acoplan muy bien con los habitantes del Barrio que se ven en la pantalla. Hay que insistir entonces en que ninguno de los aspectos de la producción falla ostensiblemente en esta ópera prima. La falla está en la historia narrada y para eso no hay remedio. Demasiados personajes, demasiado drama mal resuelto.
Esa noche me fui del Barrio a poco de iniciar la proyección, dos horas largas después de lo programado. El espectáculo se presentaba interesante, pero las fallas en la logística lo hacían insoportable. Aguanté la extensa espera hasta el inicio de la película, porque deseaba atestiguar la reacción de la gente: no hay nada que mueva tanto el sentido de identidad de un grupo humano como verse en una pantalla. Minutos antes, vencido ya por la evidencia de que a pesar del aparatoso andamiaje se colaba demasiada luz mortecina, y mientras los técnicos trataban de cubrir con cortinas negras el reflejo de las potentes lámparas que iluminan la cancha del Barrio, Juan David dio la orden de iniciar la proyección con una invocación divina, travieso y como encomendándose a Dios porque definitivamente se hallaba ante el público que le importaba: “Padre, hijo y espíritu santo… ¡Se fue esta película!”. En ese momento, en ese lugar, En coma empezaba a existir para el cine.

2 comentarios:

  1. Me gusta tu interés de rescatar lo positivo en una producción que también reconoces fallida. Estoy de acuerdo contigo en que la producción no está mal. Creo que el gran problema es la historia y por supuesto eso es grave, se equivocaron de género y pecaron de pretenciosos en diálogos y alcance de la historia. Podría haber sido una buena película de acción si se hubiera suprimido todo el melodrama. Me gustó saber de ese espejo invertido de la proyección en el barrio, eso también es importante en el cine y no sólo gustarle a la crítica. ¡Bacano, mostro!
    Jerónimo Rivera
    www.jeronimorivera.com

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  2. Esta pelicula se puede apreciar desde diversos puntos de vista, como todas claro... hay a quienes he escuchado decir "muy bien trabajada", "muy buen concepto", "exelente el arte", yo como partícipe de ella, tengo el mío y me alegro de haber tenído esa experciencia... sinembargo como ha sido de común acierto los generos no confluyen en este proyecto tan pretencioso humanamente como logistica y técnicamente y se dice por ahí que en este país no se hablara de otra cosa más. un desacierto como el de nuestra amiga C, tambien fue el de J, algo muy mal visto pues de el dicho "dar para recibir" espera mínimamente eso. un crédito. continuando con mi punto de vista si me ha gustado muchas cosas, pues recordaba cuantas cosas había movido y puesto en tantos puntos que la nostalgia se rememoro en esas imágenes, las personas y los momentos. De igual forma más de 2 años esperando por esto y es un gran logro poder verla, pues de empezar un proyecto hasta finalizarlo hay mucho trecho y eso es lo admirable. resalto además a nivel tecnico y personal el montaje, ya que rescata a nivel narrativo muchas cosas que de otra foma es un interrogante de como pudo haber sido.

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