A propósito de Los nadie de Juan Sebastián Mesa
Punk, jóvenes, desencanto y Medellín: esta era
la fórmula para hacer en los ochenta la película iconográfica por excelencia de
la generación más trágica que ha dado la ciudad: Rodrigo D. No futuro. Se creería que dicha fórmula no funcionaría
nunca más en el cine y que, si alguien la aplicaba, estaría dispuesto a
elaborar una imitación, un reencauche o un pastiche. Sin embargo, nada más una
generación después vienen Juan Sebastián Mesa y su combo de Monociclo Cine a
hacer, porque les dio la gana, porque querían expresarse y contar sus historias
a pesar de las voces que les decían que no se podía, una nueva joya del cine
sobre las barriadas marginales de la metrópoli paisa, la ciudad más innovadora
del mundo para los consentidos de la fortuna pero también una antesala del
infierno para los que poca cosa son.
Mesa y los suyos son egresados de la escuela de
cine de la Universidad de Antioquia. Desde luego, hay que aclarar que
formalmente hablando no existe tal escuela de cine, pero la denominación viene
bien porque como tal fue reconocido este año por el festival de Cannes el
programa de Comunicación Audiovisual y Multimedial de la Facultad de
Comunicaciones. Ante la dramática ausencia de academias de cine en la segunda
ciudad de Colombia, y siendo tan difícil para los que no tienen fortuna o beca
trasladarse a centros de formación en Argentina, Cuba o más allá, el programa
de marras se ha convertido, en poco más de una década, en un hervidero de
creadores cinematográficos. De él han egresado figuras interesantes como Simón
Mesa, ganador en 2014 de la Palma de Oro por el cortometraje Leidi; Andrés Arias y los del colectivo
Rara, realizadores el año pasado del hermoso corto Acéfalos; y, claro, Juan Sebastián Mesa y los de Monociclo, que nos
sorprendieron en 2013 con el corto Kalashnikov.
Volviendo a Los
nadie, el parentesco con la ópera prima de Víctor Gaviria es muchísimo
menos real de lo que una visión somera de ambas películas puede sugerir. Las
similitudes parecen saltar a la vista y, si vale la expresión, al oído, al
observar esos personajes a la vez tan jóvenes y –siempre en apariencia– tan
faltos de esperanza, de rumbo, de intenciones, y al oír cómo desde la banda
sonora retumba en la sala de proyección uno que otro tema de punk.
No obstante lo anterior, para descartar dicha
idea no será necesario esperar a oír las explicaciones de Juan Sebastián Mesa
sobre lo que se proponía con su obra. Si se tiene la oportunidad de escucharlo
después de la proyección, será fácil creerle cuando argumenta que, desde luego,
era consciente de la inevitable comparación entre su película y la de Gaviria,
pero que, en realidad, ni él ni su combo, y ni siquiera sus personajes, se
sienten identificados en Rodrigo D.
Es otra generación, sin duda, otro momento de la ciudad, y tantas cosas han
pasado aquí desde cuando el héroe desencantado de la primera película se
lanzara al vacío, que la nueva generación no se siente representada en la idea
del no futuro. Explica Mesa que él –ellos– no quería poner en pantalla aquel
estribillo de la banda Mutántex que veintiséis años después estremece el
corazón de los que vimos Rodrigo D:
“No te desanimes: mátate”. Es otra juventud la de Los nadie, y a pesar del punk (perdón si suena a prejuicio
identificar este género con la desesperanza y el desencanto) y de las barriadas
de imposibles lomas y de las familias disfuncionales, y a pesar del desdén con
que se les mira (o se les ignora, más bien), no es voluntad de esos personajes
entregarse con resignación a la nada del no futuro. La intención es otra.
Los nadie pasa la hoja de los punkeros de los noventa. Los de ahora, esos muchachos
de la película de Juan Sebastián Mesa a los que uno empieza mirando con difícil
tolerancia, no acabarán matándose entre ellos o a sí mismos. De hecho, más que
con sus antecesores en el ruido, establecen vasos comunicantes con la
generación de mamás y tías viejas que los cría. Hay un momento muy encantador
de la narración, cuando la mona anda por el barrio enamorándose del Pipa y ante
la cámara se transforma en todas las muchachitas enamoradas que en el mundo han
sido, y entonces la banda sonora no nos agrede con uno de esos punks
estruendosos. Lo que vemos es a una adolescente que llora por amor y lo que
suena es ni más ni menos que una antigua balada de Leo Dan: “Tú llegaste cuando
menos te esperaba”.
Mesa es un narrador con argumentos y con
recursos creativos de sobra. Con ellos, y sobre todo con los amigos, ha hecho
una película que merece ser vista. El mensaje, en definitiva, es el opuesto al
que esperábamos. Los punketos descastados del siglo XXI parecen replicar: “Si
te desanimas, no te mates. Vete a viajar”. La película se acaba y uno ha
llegado a quererlos.
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Publicado en De la Urbe 80. Universidad de Antioquia, septiembre de 2016
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