Cuando tumbaron los muros internos de la casa para emprender la construcción de uno de esos edificios de tres, cuatro, cinco y hasta seis plantas de los que se está llenando Medellín y que en realidad son feas casas apiñadas encima de otras, le pegaron unos cuantos machetazos en el tronco y el que era un bonito árbol se fue entre los escombros al basurero de por allá lejos. La obra avanzó con tanta lentitud que dio tiempo para que la vida mostrara su tenacidad. Hojas empezaron a salir del tronco mutilado, ramas ofrecieron un perenne canto al sol y a las nubes. Este era el episodio feliz de la tragedia. Meses y años pasaron. El edificio se alzó con toda su fealdad y altanería. Esta semana empezaron las obras de ornato. La primera consistió en arrancar de raíz lo que había resurgido. Una cerca y un piso de cemento adornan ahora el encuentro del edificio con esta calle del barrio San Pablo donde el resto de las casas presiente el final como una mezcla de mal gusto y supresión de la vida.
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