La Luna, a punto de llenar, surgió hace horas de un agujero en las montañas de Medellín. Salimos a caminar, a visitar a Evaristo -así lo bautizó él-, el legendario algarrobo que hace unos 131 años habita lo que hoy se denomina parque de San Pablo. En alguna parte leímos que fue sembrado en 1890. En 2012 la administración municipal lo rodeó con unos pesados soportes de metal adosados al tronco; sospechamos que primero caerán los soportes, bastante herrumbrados ya, que el altivo árbol. Llegamos desde el costado occidental del parque a la hora precisa, las siete pasadas, para que la Luna esté en el punto exacto que hace que desde nuestra perspectiva todo encaje: la luz que envía el Sol choca en el satélite y rebota a nuestros ojos a través de un agujero entre las ramas. Cuántas leyendas han surgido así desde que los humanos empezamos a maravillarnos y a aterrorizarnos con los fenómenos del mundo. Algún nuevo mito se me ocurre. Mientras tanto, caminamos con la Luna enredándose en las ramas y nos sentamos a conversar debajo del árbol. Avanzan la noche y la Historia.
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