lunes, diciembre 13, 2021
Mis muertes de diciembre
El otro viernes tuve una sensación sobrecogedora: la de que estaba a punto de morir. Varias veces en mis viajes por las sustancias he tenido la impresión de morir o de estar ya muerto en el ataúd y que alguien a quien amo me mira o en el fondo de la tumba y que empiezan a lanzar paladas de tierra. Siempre ha sido un sentimiento de extrema paz. Una vez experimenté la muerte por inconsciencia, debida al efecto de un anestésico: era una nada plena y constante, opuesta a la hiperactividad mental del sueño, y cesó de repente cuando desperté, como de repente se enciende la conciencia en el útero cuando determinadas neuronas se envían el impulso eléctrico que funda la personalidad. Lo del viernes fue otra cosa. De un momento a otro percibí que el corazón se estaba acelerando y que pronto me faltaría el aire y todo lo que soy se fundiría en un contundente infarto. Sentí, no que estaba muerto, sino que iba a morir. Desconcierto absoluto. Pesar. Me he pasado la vida invocando la muerte y fanfarroneando con que a su llegada me declararé satisfecho, pero en realidad sospechando que no es conmigo y que en su ruta hacia mí está demorada hasta un plazo que se parece al infinito. Siempre he sabido que moriré, pero he tenido la certeza de que esto ocurrirá en el futuro. Y, ya sabemos, el futuro es ese momento que no llega; no puede llegar, porque solo existe el pasado, así como la muerte no puede llegar porque solo existe la vida.
A dos días del de Jota
Erre, se cumple el de Cleo. Ella desempeñó un papel definitivo en la formación
de mi carácter cerrero y me mostró los contrastes del odio y del amor. Por
alguna razón me detestaba cuando yo era niño, pero a la vez me cuidaba. Su
mirada de aquellos años era tan densa que se me caía de la vigilia a las
pesadillas. A lo largo de los siglos, sin embargo, fui descubriendo que su odio
no era contra mí y que, de hecho, me quería bastante. Era su historia personal
la que le endurecía el modo de tratarnos a los que estábamos bajo su dominio.
Con Cleo, no obstante, la vida se reivindicó: su vejez fue feliz, protegida,
querida, y llegó a desarrollar una dulzura desprovista de vicios de abuelita empalagosa.
Fui su primer nieto y tuvimos tiempo suficiente para que me amara y yo a ella.
La parte triste de su vejez feliz fue la enfermedad degenerativa de los huesos
que durante más de dos décadas la mantuvo en un dolor constante, atroz con
frecuencia. Durante el último año le suplicaba a su madre que viniera por ella
y se la llevara. Tristemente, las madres muertas no tienen ese poder ni ningún
otro, y lo que se llevó a Cleo fueron la enfermedad y el agotamiento de los años.
Murió luego de una melancólica, aunque también alegre, agonía, el 6 de
diciembre de 2018, jueves, de madrugada. No dejo nunca de recordarla.
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