En el Éxito de Envigado, el que por grande y atestado
pusieron Éxito Wow! cuando le adosaron el centro comercial Viva, me compré un
pastel de pollo. Amenaza letal para mis arterias y para las amalgamas de mi
dentadura, además de un atropello para el género humillado de las aves de
corral.
–Dos mil
novecientos noventa pesos –informó la señora que atendía la caja de la
fritanguería.
Me hizo
gracia la precisión. Podría haber costado tres mil o dos mil novecientos, pero
no: eran dos mil novecientos noventa. Lo escribo en números para que se
dimensione mejor: 2.990.
Le pasé un
billete de cinco mil, de esos bonitos de la nueva serie, el que conserva como
motivo al poeta José Asunción Silva.
–¿Quiere
donar los diez pesos? –preguntó.
–Sí, claro
–respondí sin pensarlo, pensando en realidad que ella sería la beneficiaria de
la donación. Sin razón válida, solo porque se me parecía a las señoras que
venden empanadas y otros fritos en los barrios populares los fines de semana
por la noche, había desarrollado simpatía por ella. Sin embargo, mientras
revolvía billetes y monedas en la caja para devolverme, lo pensé. Pregunté con
una voz que anhelaba sonar simpática, pero consciente de que mi voz a pesar de
lo lenta es recia y mis preguntas siempre salen como regaños: “¿Qué pasa si uno
dice que no?”.
–Se le
devuelven cincuenta –respondió. Complicado, claro, porque monedas de diez y de
veinte pesos colombianos no circulan desde los días en que Uribe era presidente
(todo tiempo pasado fue más atroz).
Entonces caí
en la cuenta de todo: la señora no era una viejita de empanada callejera y la
caja no era suya, sino del hipermercado, de la multinacional, que le saca
provecho a cada metro cuadrado de sus almacenes. Miré el enorme
establecimiento: miles de compradores. Miles en ese momento, domingo en la
primera hora de la noche, y miles cada momento del día de cada día de la
semana, cada uno de ellos enfrentado a la pregunta por la “donación” de los
diez o los cien pesos, si estaba pagando en efectivo, o por la de “la gotica pa
los niños” si lo estaba haciendo con tarjeta. La minucia que fuera. La enorme
mayoría contestaría como yo, de afán y con una sonrisa de desdén por la
fruslería que significan diez o cien pesos, o los mil de la gotica: “sí,
claro”. Entonces lo pensé: definitivamente, entre que el Éxito pierda cuarenta
pesos o yo diez es mil veces preferible lo primero. Minutos antes había evadido
en una caja de las grandes la trampa de la gotica pa los niños. El negocio es
diabólico de tan sencillo: yo me las doy de caritativo desprendiéndome de
minucias –mil, dos mil, diez pesos– y así pago en mínimas cuotas la futura
entrada al cielo, y la multinacional deduce impuestos gracias a mi conciencia
tan barata y a la de otros quinientos mil compradores que en este momento hacen
fila en las cajas de sus mil almacenes. Wow! No, gracias. Prefiero evitar el
vértigo. Mi auténtico sentido de la caridad con “los niños” consiste en no
engendrarlos y en convencer a otros, hasta donde puedo, de que no los engendren
(apóstol que soy de la iglesia furibunda de san Fernando Vallejo).
Soy un hombre de palabra y ya no podía
deshacer el “sí, claro”. Queda para futuras ocasiones, cuando estaré más
avisado. Entre tanto, el manjar estaba caliente, grasoso y duro, y me lo comí
pensando en los diez malditos pesos y en que si de verdad quisiera ser
solidario no andaría por ahí contribuyendo a la prosperidad de la industria
malvada de la avicultura. Estaba muy rico el pastelito, y diez pesos no me
vuelven más pobre pero en cambio sí enriquecen mucho más a los dueños
extranjeros del gran almacén que una vez fue tan nuestro como el edificio
Coltejer y la fama de buenos negociantes (haberes hoy igual de extintos).
Yo, con un poco de vergüenza, trato de decir que no a la gotica, pero no siempre puedo ante ese empleado que además te responde con un "dios se lo pague" como si estuvieras acabando de darle un plato de comida a un hambriento y no aportando un grano más de arroz al banquete de los ricos.
ResponderEliminarSiempre, siempre he dicho que no a la donación y a la tal gota. Al principio cuñaba la negativa diciendo: Yo doy mi gotica por otro lado (y era cierto).
ResponderEliminarYo siempre la doy
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